MARIANO PEDROCHE Y EL SIROCCO ARGELINO

Mariano Pedroche (1954-2012) tenía un buen bagaje geotécnico; lo había adquirido por sí mismo a partir de una mínima formación académica. Le conocí en 1970; entonces se dedicaba a la delineación y unos años después se encargó de montar un pequeño laboratorio para identificación geotécnica y algo más, en la división de Geología y Geotecnia de la consultora Intecsa. Me acompañó al campo en numerosas ocasiones para supervisar sondeos o para tomar datos geomecánicos de los macizos de roca o de suelo. Si soy sincero, debería escribir que era yo quien le acompañaba y aprendía de su experiencia en la identificación geotécnica de los suelos, en el cuidado con que manejaba las muestras inalteradas, en la forma de identificar un limo y distinguirlo de una arcilla, en muchas cosas más.

En los años 80 estuvimos trabajando en campo, en la geotecnia de la autovía argelina RN-5 entre Boudouaou y Lakhdaria. Una de nuestras investigaciones era analizar los deslizamientos de tipo reptación que se daban en un sustrato de arcillas y margas del mioceno superior, en las cercanías de Thénia. Para ello realizábamos calicatas de no más de 3.50 m de profundidad buscando el espesor de la “zona activa”. De manera insensata bajábamos en el cazo de la retro, inspeccionado con detalle las paredes, siguiendo las grietas de retracción, tomando muestras para determinar, luego, su humedad y pinchando con el penetro de bolsillo. Digo de manera insensata porque hoy las condiciones de seguridad nos impedirían hacerlo.

Una noche de sábado del mes de junio se levantó un Sirocco que prácticamente nos impidió conciliar el sueño en la que llamábamos ampulosamente residencia “Villa Batata” y que teníamos como base en Beni Amrane. El pronóstico meteorológico decía que estaríamos dos o tres días más bajo esas condiciones de calor. Decidimos adelantar el comienzo de la jornada del domingo – primer día laboral en Argelia – a las cinco de la mañana de forma que estuviéramos en el sitio al alba, más o menos las seis de la mañana. A la una del mediodía dejaríamos de trabajar cuando el termómetro podía marcar más de 50ºC.

El segundo día de sirocco, a media mañana, era tal el calor y la sequedad que Mariano era incapaz de estimar el límite plástico de las arcillas porque el bastoncillo perdía rápidamente su humedad al moldearlo entre los dedos. Después de haber bajado a inspeccionar una calicata, me hizo notar que mis brazos estaban llenos de manchas y pequeños puntos negros. Con cierta ironía, me preguntó acerca de qué había tocado en la última calicata, en la que debo reconocer que había más de un metro de suelo vegetal oscuro. Cortábamos la jornada mañanera descansando en una de las vaguadas cercanas donde la temperatura “no pasaba” de 35-40º por el fenómeno de la inversión térmica. Durante el momento de nuestro descanso, mientras bebíamos agua para combatir la deshidratación, casi puedo decir que litros de agua, mis gafas de sol oscuras y una cierta inquietud me hacían ver los puntos negros cada vez más oscuros y más numerosos.

Por la tarde, casi de noche, los puntos negros desaparecieron prácticamente. Cuando lo comenté con Mariano, comprendí la sonrisa irónica de la mañana pues acabó confesando que hacía un mes que a él le había pasado lo mismo, pese a tener una tez menos morena que la mía. Me dio la explicación. Eran los poros de la piel que se dilataban ante las altas temperaturas y el polvo de la excavación terminaba por entrar y oscurecerlos haciéndolos más visibles. Miedo daba ver aquellas bocas de hidra.

Al día siguiente, imitando a los berebere, me puse tres camisas una encima de otra.