ROCAS Y FOSILES QUE ESTABAN DONDE NO DEBÍAN ESTAR
Algo de lo que aquí cuento resultará familiar a los que recuerden sus viajes de prácticas en las Escuelas de Ingenieros de Caminos o en las Facultades de Geología. En todas ellas han ocurrido siempre hechos similares entre profesores y alumnos. Las dos anécdotas de viajes de prácticas pasaron hace muchos años y la primera me la contó mi padre, por lo que es posible que el tiempo haya deformado algunos detalles de la realidad.
Clemente Sáenz García (1), Don Clemente, era el catedrático de Geología y Geografía Física en el año 1936, cuando mi padre cursaba la carrera en la Escuela de Ingenieros de Caminos sita en el caserón de El Retiro. En un viaje de prácticas al norte de España el autobús hizo una parada por la mañana en el puerto de Piedras Luengas, en la curva de la carretera desde donde se tiene una impresionante vista de los Picos de Europa. Yo creo que la parada era más para gozar de la vista que para observar un coluvión con fragmentos de las calizas bioclásticas de su cabecera. La siguiente parada fue en el desfiladero de La Hermida junto al arranque de la empinada senda que sube a Tresviso, para observar bien las Calizas de Montaña. Mi padre y su buen amigo Fernando Díaz-Valeiro (2) se acercaron a don Clemente y le enseñaron un pequeño fósil que se distinguía en una piedra caliza. Díaz- Valeiro, señalando un depósito de bolos y gravas redondeadas que existía sobre un peñasco al borde del río Deva, donde decía haberlo encontrado, le preguntó si procedía de alguna caída de los farallones que cierran el desfiladero; le preguntó también la antigüedad, cómo había llegado hasta allí, y cuál era el nombre y especie de aquel “fosilín” – empleando la forma asturiana del diminutivo pues Díaz-Valeiro era un marcado asturiano de pro. Como don Clemente vio que el resto de los alumnos iba formando un corrillo a su alrededor, barruntó algo y le contesto: ”Don Fernando (3): en lo de “fosilín” casi ha acertado, pero no es un fosilín sino una fusulina, probablemente de las calizas del Carbonífero, pero no de estas calizas – señalando a los escarpados farallones del desfiladero – sino de las del collado de Piedras Luengas. Su antigüedad es fácil que se la imagine: de esta mañana, y ha llegado hasta aquí por carretera y, si me apura, en su bolsillo”.
Clemente Sáenz Ridruejo (4), “Don Clemente” también, fue el Catedrático de Geología Aplicada a las Obras Públicas en mis años de estudiante (1968) y la persona responsable de la asignatura en mis años de profesor en la Escuela de Madrid hasta 1999. Con él fui como alumno al entonces clásico viaje de prácticas a Sigüenza, repitiendo en numerosas ocasiones dicho viaje como profesor junto a él. Hasta mediados de los ochenta, la RENFE nos proporcionaba tres o cuatro vagones de tercera clase, enganchados en algún tren correo de Madrid a Zaragoza, que hacía una parada especial en el antiguo apeadero de Cutamilla. Desde allí recorríamos unos 12 km hasta Sigüenza andando por el camino paralelo a la vía. A la altura de Moratilla de Henares, antes de comer, pateábamos las laderas bajas de las elevaciones del otro lado de la vía férrea, con el fin de buscar aragonitos y jacintos de Compostela en el Keuper que afloraba en esas zonas bajas.
Los profesores íbamos de grupo en grupo viendo lo que encontraban los alumnos. Uno de ellos, señalando a un punto en concreto del suelo, le preguntó a don Clemente si lo que sobresalía podía ser algo de lo que buscaban. Era una forma lajosa, con el borde semicircular, de colores marrones anaranjados y de textura arenosa fina. Don Clemente miraba al alumno y a los que le habían rodeado; con su cigarrillo acabándose en el extremo de las comisuras de los labios y esbozando una sonrisa irónica que le caracterizaba, le espetó: “tiene Ud. dos opciones: una, renunciar al examen parcial para aprobar por curso presentándose al final y, otra, coger esta “Rosa del desierto” y devolverla a las bateas del armario central de fósiles y rocas del Laboratorio”. Clemente no estaba seguro de que fuera un ejemplar del Laboratorio pero era una buena ocasión para aceptar una “desinteresada donación”.
Dado que este viaje se realizaba desde muchos años atrás, en Moratilla los profesores conseguíamos que nos tuvieran preparadas unas piezas de carne en una parrilla artesanal al aire libre. Mientras comíamos, el alumno de la rosa del desierto se acercó para pedir disculpas por la broma realizada, disculpas que fueron aceptadas por don Clemente en un tono jovial; tan jovial fue que motivó al alumno a quedarse y degustar buena parte de nuestras viandas. El alumno demostró tener una cierta habilidad en muchas disciplinas y ser todo un experto – si no en Geología – sí en relaciones exteriores.
Evaristo Portillo Rubio (5) y yo estábamos inspeccionando la construcción del túnel hidráulico de Guadalmellato (ya no sé si continúa con este nombre), cuyo jefe de obra era un excelente amigo mío y compañero de promoción. El túnel se excava en gran parte en pizarras precámbricas con algún tramo de esquistos. Antes de entrar en el túnel nos insistieron que les contáramos después “cualquier cosa” que no viéramos bien. Mientras avanzábamos por una sección fuertemente gunitada, por estar las pizarras muy tectonizadas, encontramos una roca fragmentada en el pie del hastial derecho, de tamaño decimétrico, con aspecto de marga grisácea almohadillada, que nos recordó las margas eocenas de Navarra. Evaristo miraba al desconchón de gunita que estaba en el arranque de la clave, en la vertical de la roca fragmentada. Volvía a mirar los fragmentos, así una y otra vez. A los pocos minutos, sonrió, soltó una interjección (“estos c……”) y seguimos hacia el frente.
A la salida, en la oficina técnica, al terminar la reunión en la que Evaristo comentaba lo que había visto en el frente, el jefe de obra le preguntó – con cierta sonrisa – de dónde podía provenir la caída que seguramente habíamos visto en la sección en pizarras tectonizadas. Evaristo respondió: “la caída no sé, y respecto de lo que hay en el pie del hastial, tampoco estoy muy seguro pues alguien se ha encargado minuciosamente de quitar el papel fuerte que lo envolvía; me atrevo a decir que probablemente de la fábrica de cemento Asland de Córdoba”.
NOTAS:
(1) Clemente Sáenz García (1897-1973), además de Ingeniero de Caminos, fue un insigne matemático, geógrafo, arqueólogo, historiador y paleontólogo. Fue miembro de número de la Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales.
(2) Fernando Díaz-Valeiro (1910-1976), gran Ingeniero de Caminos de la empresa Entrecanales y Tavora (hoy Acciona) con la que construyó numerosos puentes ferroviarios emblemáticos en España; muchas obras portuarias en la costa cantábrica; edificaciones como la Universidad Laboral en Gijón y, sobre todo, la Factoría de Ensidesa en la ría de Avilés donde – como estamos en el mundo geotécnico – debemos destacar 14 millones de m3 dragados, 128.000 pilotes de hormigón, y el record mundial de hinca de 1.200 cajones de aire comprimido.
(3) Los profesores conocían bien a sus alumnos y les llamaban por su nombre que retenían en su memoria con facilidad. Eran pocos y seleccionados (la promoción de mi padre empezó con 24 alumnos), había más horas lectivas diarias y más días lectivos semanales pues el sábado no era escolarmente festivo.
(4) Clemente Sáenz Ridruejo (1928-2006), Ingeniero de Caminos, fue historiador y geólogo; Jefe del Servicio Geológico, primero de la Confederación Hidrológica del Ebro y, después, de la Dirección General de Obras Hidráulicas, Consejero de Obras Públicas; constructor y proyectista de numerosas obras hidráulicas. Fue académico correspondiente de la Academia de Ciencias de Zaragoza y de las Reales Academias de Bellas Artes y de la Historia.
(5) Evaristo Portillo Rubio (1945-2010) fue uno de los mejores geólogos aplicado a la ingeniería civil del tercio final del siglo pasado y de los primeros años del XI. Gracias a estar trabajando junto a él y a que jamás tuviera inconveniente en transmitir sus conocimientos, yo comencé a tener vocación en la Geología Aplicada. Pocos ingenieros de caminos tenían el conocimiento de la Mecánica del Suelo o de las Rocas que Evaristo había ido acumulando.