INSPECCIONANDO EL TRAZADO DE UN OLEODUCTO EN LA SELVA PERUANA

El oleoducto Norperuano discurre entre Bayóvar, en la costa pacífica, y el río Marañón, afluente del Amazonas, a lo largo de 860 km atravesando la cordillera andina por el Abra de Porculla a 2.150 m.s.n.m. Se inauguró en 1977 y en bastantes ocasiones estaba sufriendo daños por causas geotécnicas. En los trabajos previos a una contratación de un estudio geotécnico de varios tramos, iniciamos en Bayóvar un recorrido del trazado con técnicos de Petroperú. En el tramo final que discurre por la selva amazónica, junto a la Estación de Compresión 1, se programó la inspección desde un Helicóptero debido a la complicada accesibilidad. Pernoctamos en las instalaciones que Petroperú tenía en la estación de compresión y mientras desayunábamos apareció el piloto del helicóptero pidiendo disculpas por el retraso que iba a producirse debido a una verificación que él debía realizar.

Al poco tiempo oímos un golpes sordos, insistentes y rítmicos, que hicieron que algunos saliéramos a averiguar su procedencia. El piloto, subido al techo de la cabina de un enorme helicóptero de color verdoso, de procedencia probablemente militar, golpeaba con un enorme mazo de goma una pieza que abrazaba al rotor, el eje que sustenta las palas. Asocio la imagen a la de un bateador de béisbol haciendo precalentamiento.

Al cuarto de hora nos comunican que iniciamos el vuelo de inspección. Nos montamos en el helicóptero y nos atamos con extremada firmeza el cinturón de seguridad, en medio de un silencio total entre los Ingenieros geotécnicos ajenos a Petroperú y que habíamos presenciado la “verificación” del piloto. Despegamos.

Íbamos inclinados sobre el vacío que dejaban las puertas abiertas, tomando fotos y escuchando las explicaciones del ingeniero de Petroperú, en medio del sonido repetitivo del motor que me recordaba escenas de la película Platoon. El piloto inclinaba la aeronave a derecha e izquierda para que pudiéramos tomar las fotografías de la forma más “cenital” posible lo que hacía que casi quedáramos colgados del cinturón de seguridad. De vez en cuando nos mirábamos con cara desencajada. A la media hora de vuelo, el piloto nos señala unas nubes oscuras de las que descendía una densa cortina de agua a las que nos encaminábamos siguiendo el trazado del oleoducto. Nos preguntó si queríamos seguir pues avisaba – con una cierta sonrisa – que el helicóptero se iba a mover un poco.

Tras una tímida e insegura justificación general de que desde el aire la Geotecnia no se aprecia bien, pero recordando probablemente todos la escena del bateador de béisbol, nunca he visto un mayor consenso en la respuesta.