LAS DURAS CONDICIONES DE SONDEAR A 4.000 m. DE ALTURA

Tuve la inmensa suerte de vivir la experiencia de una investigación para la cimentación y búsqueda de materiales en el proyecto de la presa Iruro en las estribaciones de la cordillera andina peruana, a 4.000 metros de altura sobre el nivel del mar. Aparte de vivir las noches de un cielo despejado, intensamente negro e inmensamente ancho, a 15º bajo cero, recuerdo, entre otras cosas, la experiencia de convivir con el equipo de sondistas que estaban trabajando en la ubicación de la cerrada. El equipo consistía en un encargado, unos diez sondistas (cuatro o cinco por equipo), y una mujer que se encargaba de la cocina para alimentar al equipo.

Pernoctaban todos en una tienda de campaña, hecha de simple lona. Un día que permanecí a pie de sonda de manera continuada, observé que la mujer entraba y salía cada poco tiempo de la tienda de campaña. Mi curiosidad me llevó a descubrir un niño de pocos meses en el interior y a ver que la mujer se preocupaba fundamentalmente de palpar la ropa interior del niño, su hijo. Al preguntarle el porqué, la respuesta fue comprensible pues lo que le preocupaba es no detectar a tiempo si se había hecho pis; tenía miedo de que la orina se congelara. Para muestra del frío, debo decir que esos días no me afeitaba y mi incipiente bigote aparecía todas las mañanas blanqueado por la escarcha que los 3-4 grados bajo cero del interior de la tienda producían con mi aliento por la noche.

Un sondista tuvo que ser trasladado a Pisco, la población más cercana en la costa, a 8 horas de distancia, ante un estado febril que presentaba por las duras condiciones de temperatura. No llegó vivo.

Estoy hablando de hace más de treinta años pero entonces, y en muchos casos ahora, las condiciones físicas en que tienen que trabajar los sondistas pueden ser de una tremenda dureza.